Evangelio según San Marcos 8,14-21.
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.
Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes".
Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.
Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.
Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan
cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce".
"Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete".
Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?".
Comentario del Evangelio por:
San Vicente de Lérins (?- antes del 450), monje Exhortación, 23
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.
Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes".
Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.
Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.
Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan
cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce".
"Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete".
Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?".
Comentario del Evangelio por:
San Vicente de Lérins (?- antes del 450), monje Exhortación, 23
«¿Y no acabáis de entender?»
¿No hay en la Iglesia de Cristo ningún desarrollo? Ya lo creo que lo hay, y enorme. ¿Y es que puede haber alguien tan malévolo para con la humanidad, tan adverso a Dios, que pueda tratar de impedirlo? Pero se trata de un desarrollo de la fe que implica su progreso, no su alteración. Pues una cosa progresa cuando, sin dejar de ser ella misma, se desarrolla; mientras que una cosa se altera cuando deja de ser lo que es y se convierte en otra cosa... Conviene pues que la inteligencia, la ciencia y la sabiduría de todos y de cada uno, de cada uno de sus miembros y de toda la Iglesia, progresen mucho inequívocamente; pero conservándose fiel a sí misma, es decir, dentro del mismo dogma, de un mismo sentido y de una misma interpretación.
La religión, que es cosa de las almas, tiene que imitar la estructura de los cuerpos: los cuales, los cuales si bien con el proceso de los años desarrollan y desenvuelven sus posibilidades orgánicas, siguen permaneciendo los mismos que eran. Hay una gran diferencia entre la flor de la niñez y la madurez de la vejez; pero quienes alcanzan la senectud son los mismos que antes fueron adolescentes; de manera que, aunque cambien la condición física y la apariencia de un mismo hombre, sigue siendo una misma la naturaleza, una misma la persona. Los miembros de los lactantes son pequeños y cuando jóvenes, grandes y, sin embargo, siguen siendo los mismos..., se encontraban ya latentes en el embrión...
Del mismo modo el dogma la religión cristiana tiene que seguir estas leyes de desarrollo, a fin de que se consolide efectivamente con los años, se dilate en el tiempo y se vuelva más sublime con la transición de las edades. Nuestros padres sembraron desde antiguo en este campo de la Iglesia la semilla del trigo de la fe: sería una iniquidad y una incoherencia que nosotros su descendientes substituyéramos ahora la auténtica verdad de aquel trigo, por el error de la cizaña (Mt 13,24s). Por el contrario es recto y consecuente que, puesto que lo primero y lo último no pueden contradecirse entre sí, del crecimiento del trigo que se sembró, lo que recojamos sea una cosecha dogmática de trigo. Y que siempre que se desarrolle con el tiempo algo de aquella simiente primordial, se celebre y se coseche.
La religión, que es cosa de las almas, tiene que imitar la estructura de los cuerpos: los cuales, los cuales si bien con el proceso de los años desarrollan y desenvuelven sus posibilidades orgánicas, siguen permaneciendo los mismos que eran. Hay una gran diferencia entre la flor de la niñez y la madurez de la vejez; pero quienes alcanzan la senectud son los mismos que antes fueron adolescentes; de manera que, aunque cambien la condición física y la apariencia de un mismo hombre, sigue siendo una misma la naturaleza, una misma la persona. Los miembros de los lactantes son pequeños y cuando jóvenes, grandes y, sin embargo, siguen siendo los mismos..., se encontraban ya latentes en el embrión...
Del mismo modo el dogma la religión cristiana tiene que seguir estas leyes de desarrollo, a fin de que se consolide efectivamente con los años, se dilate en el tiempo y se vuelva más sublime con la transición de las edades. Nuestros padres sembraron desde antiguo en este campo de la Iglesia la semilla del trigo de la fe: sería una iniquidad y una incoherencia que nosotros su descendientes substituyéramos ahora la auténtica verdad de aquel trigo, por el error de la cizaña (Mt 13,24s). Por el contrario es recto y consecuente que, puesto que lo primero y lo último no pueden contradecirse entre sí, del crecimiento del trigo que se sembró, lo que recojamos sea una cosecha dogmática de trigo. Y que siempre que se desarrolle con el tiempo algo de aquella simiente primordial, se celebre y se coseche.
Fuente: evangeliodeldia.org
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