Martes 22 de Diciembre de 2009


Evangelio según San Lucas 1,46-56.
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.




Comentario del Evangelio por:
San Beda el Venerable (hacia 673-735), monje, doctor de la Iglesia Homilías sobre el Evangelio, I, 4 ; CCL 122, 25s

«Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador»

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador». Con estas palabras confiesa María, en primer lugar, los dones privilegiados que Dios le ha concedido, y después los beneficios generales que continuamente hace al género humano.

Su alma proclama la grandeza del Señor utilizando todos los sentimientos de su vida interior para la alabanza y el servicio de Dios, y, por el cumplimiento diligente de sus mandatos, pone de manifiesto el poder de la majestad divina. Se espíritu se alegra en Dios, su Salvador, ya que sólo le satisface ocuparse en su Creador, de quien espera la salvación eterna. Estas palabras son propias de todos los santos, pero era de todo punto conveniente que la Madre de Dios las proclamase, ya que por un privilegio especial amaba con un perfecto amor espiritual al Hijo, que, hecho carne en su seno, era la fuente de su gozo. Con razón María ha podido gozarse por encima de todos los santos en Jesús, su Salvador, pues sabía que quien era el origen eterno de la salvación había de nacer de su propia carne, y que una misma e idéntica persona era de verdad su hijo y su Dios...

Por eso se introdujo en la liturgia de la Iglesia la costumbre de recitar este cántico diariamente en la oración de la tarde, ya que, de su recitación y del recuerdo cotidiano de la Encarnación del Señor, se encienden las almas de los fieles a la verdadera devoción, y recordando constantemente los ejemplos de la Madre de Dios su afianzan sus virtudes. Este recitación se hace oportunamente en la oración de la tarde para que nuestro espíritu, fatigado y distraído por los trabajos y las ocupaciones diarias, se recoja en su propia intimidad, precisamente cuando llega el tiempo para el reposo.


Fuente: evangeliodeldia.org

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